Y mi forma de ser
Me impusieron cultura
Y este idioma también
Lo que no me impusieron
Fue el color de la piel”
Fragmento de la canción Amutuy Soledad (Hermanos Berbel)
No hay narración inocente de la historia. Durante muchos años la historia oficial manejada por lo poderosos habló de la conquista de América como la llegada de la civilización a esta parte del mundo. No es la voz de los indios la que ha contado, hasta ahora, la historia de América. Durante bastante tiempo, y aún sigue perdurando, se consideró al 12 de octubre como un día festivo. Por eso, es preciso preguntarse: ¿Qué se festeja?
¿El sometimiento de millones de aborígenes? ¿La extinción de diversas y magníficas culturas? ¿Cinco siglos de opresión y colonización? ¿Salvajismo y saqueo en el nombre de Dios?
Preguntas que, desde hace 518 años, nos preguntamos los conquistados por los del sable y la cruz.
Eduardo Galeano fue uno de los tantos escritores americanos que escribió sobre el padecimiento de los aborígenes americanos. A continuación compartimos con ustedes una reflexión del escritor uruguayo que es necesaria comprender:
“El 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe. En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor. Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas playas, y el 27 de noviembre profetizó: Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas. Y en eso no se equivocó. Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que los habitantes de China y Japón eran indios de la India; pero en eso no se equivocó.
Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el etnocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso.
Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible. América, ciega de racismo, no las ve”.
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