lunes, 20 de agosto de 2012

Bosman después de Bosman


En 1995, y tras una batalla histórica ante la UEFA, nacía por impulso del belga Jean Marc Bosman la conocida “Ley Bosman” que cambió estructuralmente las transferencias de futbolistas en Europa. Tras cinco años de pelea en los tribunales, la “Ley Bosman” abrió las puertas a que los jugadores profesionales europeos pudieran cambiar de club al término de sus contratos
Pero lejos de beneficiarse con esta normativa (como si lo han hecho otros futbolistas), Bosman quedó desempleado, se arruinó económicamente y cayó en una depresión, además de inclinarse a la bebida. Hoy sigue tratando de encaminar su vida refugiándose en los afectos familiares.
A 17 años de ese suceso que cambió el destino del fútbol europeo, comparto con ustedes el gran artículo escrito por el español Santiago Segurola “Bosman después de Bosman”. La nota que hoy se puede disfrutar en el imprescindible libro “Héroes de nuestro tiempo” (Antología de Pedro Cifuentes y Pablo Martínez) fue escrito en octubre de 1996. Pero no pierde vigencia.




Decían del joven Bosman que era un muchacho prometedor, un jugador con futuro, según los expertos, que le medían con Scifo, el espléndido juvenil del Andelecht. Jugaba en el centro del campo, tenía olfato para el gol y no le faltaban ambiciones. Gerets y Arie Haan, los santones del Standard de Lieja, estaban encantados con el chico. Le velan tantas posibilidades que una tarde se presentaron en el despacho del presidente y le dijeron. "La próxima temporada, nuestro amigo juega todos los partidos". La cosa marchaba. Con 18 años, se había asegurado el puesto en la selección juvenil belga y frecuentaba la titularidad en el Standard. Parecía el retrato de un futbolista dirigido hacia el éxito, hacia una fama muy diferente a la que ahora disfruta, hacia un dinero del que no dispone, porque Jean Marc Bosman encadenó una desafortunada carrera profesional, aunque conquistó una victoria gloriosa en los tribunales.Después de un largo, solitario y doloroso desafío, Bosman dinamitó el búnker de la UEFA, un organismo que se creía ajeno y a salvo de las leyes. No lo estaba. Nada será igual desde la sentencia dictada el 15 de diciembre de 1995, la resolución que concede a Bosman y a todos los jugadores de la Unión Europea la posibilidad de jugar sin trabas en cualquier país comunitario. Sin embargo, Bosman apenas ha sacado un duro de su espectacular hazaña.
Tras un proceso legal que se ha prolongado durante seis años y que todavía está pendiente de la decisión que tome la Corte de Apelación de Lieja sobre los daños y perjuicios que ha sufrido el jugador, Bosman se siente orgulloso por la magnitud de su victoria, pero se pregunta por el futuro desde su modesto universo. Por el camino ha dejado los mejores años de su carrera como futbolista, ha pasado por los rigores del divorcio, ha superado algunos problemas con la bebida y se ha visto obligado a regresar a la casa de sus padres. No hay lujos allí. Hijo de un minero que abandonó su profesión para conducir el taxi y de una emigrante yugoslava, Bosman sabe de la dureza de la vida, de la esperanza que ofrece el fútbol para los muchachos de los barrios marginales, de las las dificultades para alcanzar los sueños.
Incluso en su etapa más prometedora, a Bosman le faltaba el punto de fiebre o de egoísmo para triunfar. Tenía ambición, pero no era obsesivo. Y la obsesión cada vez se hace más necesaria para progresar en el inclemente mundo del fútbol profesional. Tampoco andaba sobrado de suerte. Cuando comenzaba a entrar en las alineaciones del Standard, el equipo se vio envuelto en un escándalo que catorce años después todavía perturba al club belga. Tres días antes de disputar la final de la Recopa en 1982, el Standard compró el último partido de Liga. Lo hizo fundamentalmente para preservar el buen estado físico de todos sus futbolistas para la final. Se descubrió el soborno, se despidió a la mayor parte de la plantilla y se arruinó la carrera de los jóvenes. Bosman tuvo que encabezar un equipo formado por futbolistas de 17 y 18 años en aquel periodo negro. A pesar de las extraordinarias dificultades, el Standard consiguió clasificarse para la Copa de la UEFA. Pero nada fue igual que en los buenos tiempos. El Standard se resquebrajó y perdió la perspectiva. Contrató a varios veteranos y aniquiló la generación de jóvenes. Bosman se estancó y perdió la esperanza de progresar en el Standard. Abandonó el equipo después de hablar con su tío, Robert Waseige, actual entrenador del Sporting de Lisboa y por aquel entonces técnico del Liege. No mejoró con el cambio, en gran parte por un conflicto familiar. Bosman era sobrino de Waseige, pero el hijo del entrenador también jugaba en el equipo. En el duelo de intereses perdió Bosman, que se enfrentó con el técnico. "Eres un hijo de puta", le dijo un día. No volvió a jugar en seis meses y no tuvo otra salida que pedir su traspaso. Una carrera que se anunciaba sólida quedó expuesta a las ofertas de los equipos con poco prestigio, como el Dunkerke, que militaba en la Segunda División francesa. El día que aceptó el contrato del Dunkerke comenzó su tormentosa aventura por las cortes judiciales de Bélgica y Luxemburgo, primero ante la indiferencla del mundo del fútbol, después ante el interés de unos pocos y finalmente ante la expectación de la prensa, los políticos y, muy especialmente, la UEFA.
El desencadenante fue sencillo y poco novedoso. Un jugador (Bosman) acaba su contrato y llega a un acuerdo con un club extranjero (Dunkerke), pero el club del futbolista (Liege) pide una compensación económica por los derechos del jugador. El asunto, que aparentemente era de poca monta, se disparó por una cuestión de orgullo y dignidad. Bosman pensó que debía ponerse en manos de un abogado. Por intuición o por lo que fuera, contactó con un joven letrado especializado en derecho europeo y libre circulación de personas. Se llamaba Jean Louis Dupont y sólo tenía 24 años. "Hablamos durante dos horas y le expliqué que el caso podía alargarse 18 meses. Le dije que era mejor negociar", señala Dupont. Bosman negoció y no consiguió nada. Luego habló de la posibilidad de acudir a los tribunales. Los dirigentes del Liege se rieron. Bosman se sintió humillado. "Al juez", le dijo a su abogado. Aquella decisión derivó en un combate solitario de cinco años, frente a la omnipotente UEFA, que primero despreció a su anónimo adversario y luego, cuando la posibilidad de una derrota histórica se hizo inminente, intentó satisfacer al futbolista que se había atrevido a amenazar su imperio. Se dice que a última hora la UEFA ofreció 200 millones de pesetas a Jean Marc Bosman por retirar su demanda. La cantidad era colosal. Bosman andaba escaso de dinero, fatigado por un proceso que se había llevado por delante su matrimonio y le había complicado severamente su vida. Era una cantidad que le arreglaba su futuro. "Es verdad", le dijo su abogado. "Tú eres el primer hombre que llega a 25 metros de la cima del Everest y de repente llega la Asociación de Defensa del Everest y te ofrece una fortuna si no alcanzas la cima. Tienes derecho a coger el dinero, porque tú has llegado solo hasta allí. Es un asunto entre tú y el Everest. Lo único que puedo decirte es que quizá algún día tengas pesadillas". Bosman siguió adelante. Para entonces, había encontrado la ayuda de las Asociaciones de Futbolistas de España, Francia, Portugal y Dinamarca, que le entregaron al rededor de seis millones para todo el procedimiento judicial. Poco antes de la sentencia, la FIFPRO (Federación Internacional de Futbolistas Profesionales) le concedió 20 millones de pesetas como reconocimiento a su formidable batalla. El resto es historia. Bosman ganó para los futbolistas el derecho a la libre circulación en los países comunitarios, con las derivaciones económicas que ello significa. Abrió la caja fuerte, pero apenas ha tenido recompensa. En Lieja, Bosman vive con sus padres, en condiciones modestísimas, confiado en la solidaridad y la gratitud de los futbolistas, en la manera de recibir la ayuda económica que aclare el futuro de un hombre que soñó con hacerse figura y se convirtió de forma inopinada en el hombre que derribó la Bastilla del fútbol.

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